22.1.14

De cómo ser feliz partiendo de una caja de mierda.

Una vez vio mis lágrimas. Las vio salir sin medida, sin limite.
Fue la última vez.
Ni yo podía cargar con el peso de mis lágrimas sobre sus hombros, ni el podría acostumbrarse a verme en esa situación.

Las palabras servían de poco ya en ese momento. Los dos sabíamos lo que sentíamos, y los dos sabíamos qué necesitábamos sentir aunque supiésemos, en lo mas hondo, que tal vez el remedio sería peor que la misma enfermedad.

Hizo la cama por última vez mientras yo me vestía. Nos miramos a los ojos, prometiéndonos mil cosas. Diciéndonos que eso sería un aparte, que no nos olvidaríamos, y que a partir de entonces todo serían sonrisas cada vez que nos encontrásemos juntos.

Esa fue la última vez que nos vimos.
Puede que, porque después de aquel momento, he sido poco más que un fantasma.


Y me dediqué a callarme, a huir. A tragar saliva para evitar el llanto, y a auto convencerme de que la felicidad de uno, es la felicidad de dos.
Y así, año tras año y al fin, conseguí una felicidad. Una, que me permitía sufrir en silencio y sonreír ante cada derrota. Una felicidad construida sobre una serie de mentiras, desilusiones y engaños. Una alfombra sobre la que caminar y bajo la que esconder toda la mierda. Una alfombra que se hizo real y que me permitió volver a ponerme en pie y avanzar de nuevo.

Pero, ¿eso esta bien?
Eso, soy yo: Alguien que limita su propia felicidad en base a la libertad y felicidad del resto de la gente. Alguien sin fuerza para luchar por sí mismo, y con la suficiente entereza para luchar por los demás.

Aún me parece la mejor forma de sentirme bien. La única forma de sentir que la felicidad no es un imposible.


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