Bajo la música y empiezo a oírme. Esta vez me escucho, y me entiendo. Me parece que el humo asciende con más belleza que nunca.
Mis pasos, y todos los pasos que dieron los demás me llevaron esa tarde de domingo a la orilla del río. Anocheció viendo pasar las horas a una velocidad pasmosa. A partir de entonces el tiempo empezó a volar para no parar nunca.
Una mágica luna llena se reflejaba en los ojos, y como un espectro, el calor de mi cuerpo se desvaneció, el frío y ese sentimiento contante de soledad comenzaron a perseguirme allá donde me moviese.
A partir de ese momento, como quien toma pastillas conciliar el sueño, la dependencia era incontrolable, inevitable.
Ahora, se que la única manera de controlar esa agonía es convertir en risa su llanto, empaparme de sus emociones, verme en esos ojos en que una noche vi la luna, más bella, más brillante y más mágica de lo que pudiera verse en una mirada que no fuera la suya.
Tristemente, aún no se inventaron todas las palabras que quisiera, ni las que merece.
Afortunadamente, yo tengo toda la vida para hallarlas, y tal vez me inspire entre beso y beso.