A veces vuelves a notar como, de nuevo, coloca sobre tu hombro su mano fría, con una firmeza difícil de eludir.
Y miras atrás, inclemente, tratas de intimidar a tu propio miedo. Pero el silencio ya se ha quebrado, y en sus grietas aguarda todo lo que fuiste. Su mirada es triste, pero dulce, y de nuevo lo abrazas.
El resto del mundo desaparece tras las lágrimas, y en tu cabeza repites una y otra vez que no será por mucho tiempo, que esta vez, has venido para despedirte.
Pero el perro negro siempre estará ahí, aún cuando pareces olvidar que existe.