28.9.10

No quiero lo que me toca.


Me adentro en la oscuridad del autobús con cada paso, aún estás a escasos metros y no puedo dejar de volver la vista atrás, como si me dejara algo. ¡Pues claro que me dejo algo! Me le dejo, me los dejo. Mi sonrisa, mis ganas de no dormir para aprovechar el tiempo con él, para mirarle un poco más cada segundo: ni el Guernica ha sido tan observado en sus 73 años de vida. Ahí me le dejo, con la ilusión de quien ve llegar a quien tan intensamente ha esperado entre la multitud. Y claro que pesa, pesa como pesa la tristeza sobre el corazón: ese dolor en el pecho que parece asfixiarte pero no te hace perder la conciencia para poder regocijarse a gusto, tan real y tan difuso.

Y al tomar asiento un niño gira hacia mi su rostro, y la gente sigue avanzando por el pasillo: sus sonrisas son una danza macabra sonando al compás de la desgracia y la desazón.

Aún me consuela hacer memoria minuto a minuto de los días que han pasado, y cuando eso no funcione, volveré. Eres lo más necesario del equipaje.





Por aquí han pasado..