Supongo que es típico de estas fechas hacer un balance, aunque más típico era hacerlo hace 3 o 4 días.
El 2010 ha pasado como una pequeña pluma arrastrada por un vendaval. Fugaz, leve, como si no hubiese dejado huellas, aunque, claro esta: las ha dejado.
Se llevó a Delibes y a Labordeta, al gran Dio y a Steve Lee, grandes voces del metal. A Jimmy Dean y a Bobby Farrel. Se llevo a Manuel Alexandre y su sonrisa de bonachón. Se llevó a los Haitianos, de quienes en su día, todo el mundo se acordó y lamentó, y que días después volvieron a su rinconcito en el olvido.
¿Buenas noticias? España ganó el mundial, y el atlético la UEFA. Creo que son las dos cosas por las que vi a más gente sonriendo.
Personalmente, mi balance empieza con momentos que no olvidaré, al menos, no sin alzheimer.
Viajar hasta Valencia para ver en concierto a Iron Maiden y Edguy. Bañarme a la luz de la luna escuchando el concierto de Tierra Santa de fondo, con la canción del pirata, nunca más oportunamente tocada.
Dejar Madrid, y coger Segovia. Dejar el periodismo, y meterme en mis dibujos.
La peña del Zoser, el Montorrock, el Valdorrock, el último concierto de los Mirada en la plaza del trigo, la gran noche que fue. Los findes en la capital, y Houdini, y los ratitos de té y cachimba. La visita al Salón del Comic e ir al estreno de Harry Potter. Un nuevo tatuaje y una rasta. La cantidad de películas que habré visto, y canciones que habré oido: el Last of the Heroes, The Wicker Man, el We’re not gonna take it, Superheroes, y el canon de Pachelbel, las canciones que más veces habré oido tararear, silvar, y cantar a lo largo de, al menos, los últimos meses de 2010.
Aunque tampoco olvide esas cosas que han hecho el 2010 menos bueno. Como las vacaciones de mis musas después de mis dos primeros recitales de poesía y las de mi buen humor. La falta de ganas de todo, los nudos de ideas en la cabeza, el miedo, el agobio, la crisis que tiene a todo el mundo de los nervios, perder a gente que me importaba, y lo que es peor, no hacer nada por evitar lo que podía haber evitado. Dejarles marchar, y sobre todo, marcharme, y no saber o querer volver. Dar tumbos de un lado a otro sin saber muy bien que quería o podía hacer.
Sigo sin hacer cortos, ni perder la vergüenza. Me he vuelto un poco más loca y llorona, y aún no me he puesto en serio a aprender a tocar la guitarra. Tampoco me saqué el carnet de conducir, que fue de lo que más oí hablar este verano.
Pero, en resumen, lo que más recuerdo del 2010, es que la mayoría de las cosas que han marcado para mí este año, han ido de la mano de una misma persona, y ya que con la salud me resigno, y esta claro que el dinero no va a ser lo mío, (y menos ahora que nos van a empinar más la cuesta de enero), mi brindis va por él, para que siga yendo de la mano de mis buenos y malos momentos en el 2011.
Chin-chin.
Y...Feliz año nuevo.