12.2.10
De Antonio Muñoz Molina.
Dos o tres sueños le avisaron de todo: soñaba que ella se había ido y cuando lo despertaba el dolor, extendía sus brazos en la oscuridad y la encontraba allí, dormida.
Abrazándose a ella como para llevarla consigo a la inconsciencia o para que la cercanía le salvara del lodo de las pesadillas, volvía suavemente a dormirse, pero en los sueños, otra vez, estaba solo y la perdía.
Con el tiempo aprendió a introducir en ellos astucias menores contra el infortunio. Aún dormido, pensaba : "ahora me despertaré y la encontraré a mi lado", y el solo esfuerzo de su voluntad lo rescataba del sufrimiento que estaba soñando.
Volvió a soñar que ella se iba.
Como un buceador que asciende para escapar de la asfixia emergió al previsto despertar en que ella estaba a su lado. Dio a luz: la vio dormida y algo extraña. Tardó un instante en darse cuenta de que había despertado de otro sueño.
Como si recorriera habitaciones comunicadas por espejos ingresó en el verdadero despertar.
Descubrió sin sopresa que esta vez sí estaba solo.
Texto: "Escrito en un instante"
Autor: Antonio Muñoz Molina.
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