27.5.10

Adiós, Madrid.

El viento golpea de frente mi rostro. Esa sensación molesta de no poder mirar la dirección que llevas y notar como el pelo se va enredando contra tu propia piel. Entonces echas la vista hacia atrás. Supongo que a veces, es necesario.

Por un momento veo, como si se encontrasen sobre una gran capa de nieve homogénea, todas las huellas marcadas por este año. Me recuerdo, casi como si me viese, entrando en este piso aún desconocido. Feliz, contenta, ilusionada. No, ilusionadísima. Había salido de mi pueblo, y Madrid se extendía ante mi como la gran alfombra roja ante el finalista de un Oscar. Pronto llegaron los días de sentirse sola y sin posibilidad de establecer contacto. Pronto, las conversaciones fluidas en la facultad, y los ratos de césped al sol de Ciudad Universitaria. Las confianzas, las demasiadas confianzas. Llegaron los primeros exámenes, y la sensación de estar en el sitio equivocado. Como si fuese contracorriente, viendo las caras a todos los que de verdad aspiraban a ser periodistas, al grito de: “Yo corresponsal de guerra”, “Yo presentadora” y “Yo periodista deportivo”. Las dudas y las no dudas. Las desilusiones. El sol dejó de brillar en Ciudad Universitaria y la nube se puso cómoda justo sobre mi cabeza. Por el error y el miedo a más errores. Me di cuenta, de golpe, del tupido velo que es la ilusión entre nosotros y la realidad de las cosas. Madrid, su magia, y su belleza, se olvidan cuando de nada te sirve que estén ahí. Toda ciudad se disfruta con dinero. Todo momento con buena compañía. Y el encanto que queda a sólo dos paradas de metro se torna totalmente inalcanzable. Empiezas a ver cómo el sueño y la pesadilla están separados a la misma distancia que las personas de un vagón en hora punta: casi formando una sola masa. Y las mañanas por La Castellana, el murmullo del rastro, los bares con olor a poesía, y bares de rock’n roll, se entremezclan con las lágrimas de un desconocido, el sentimiento de vacío, la inhumana sociedad y la decepción de quien se sabe equivocado.

La esperanza de quien espera cambios se vuelve desesperanza.

De todos modos me quedo, porque de todo se aprende, con todo lo pasado este año. Con las cosas que no debieron ser y fueron, con las cosas que llegaron sin esperarse, y lo que tuve sin querer encontrar.

Me quedo con lo que sé sobre el periodismo, no mucho, pero más cierto que lo que sabía cuando no sabía nada. Y así me alejo de ello. Ahora se que ‘nunca digas nunca’, es cierto siempre, y que la tierra tira. Me quedo con quienes he conocido bien a lo largo de todo este curso, como amigos, y como auténticos estúpidos. Me voy sabiendo que, da igual el dónde si hay un buen quién. Sabiendo que cambiar de aires no es cambiar el modo de ver, y que como siempre, tropiezo una y otra vez con la misma piedra, y que piedra a piedra, mi timidez es un muro consistente del que muy difícilmente me podré deshacer. Me voy con lástima de no haber compartido más con quienes, en el fondo, más quería compartir. Me voy, aunque sin haberle dado a Madrid todo, y sin que Madrid me lo haya dado todo a mi. Supongo, que porque al fin y al cabo, quien sabe cuántas veces aún, podré pasar por aquí..


3 comentarios:

Jorge dijo...

Emotivas letras, Paula.
Recordaras siempre este año, seguro :)

Mañana nos vemos.
Besos.

Mak dijo...

Vaya por Dios, me he quedado sin palabras...

Un beso :)

Anónimo dijo...

Sabes que, tarde o temprano, volverás a Madrid. Y aquí, con los brazos abiertos, te estaremos esperando,encantados de haberte conocido ;)
besazos preciosa!

Por aquí han pasado..