Llegó el invierno y con él, el viento frío, los senderos de
escarcha, el descafeinado caliente y las canciones tocadas por un tímido
violín.
La vida me sabía a poco, las tardes pasaban a cuentagotas
entre esbozo y esbozo, entre deseos y aspiraciones de un pasado lleno de
arrepentimiento. Empezaban a helarse las ganas, a latir el pecho a ritmo
luctuoso.
Las demás miradas nunca habían revelado tan poco, las
sonrisas se me antojaban gestos maniáticos. Caras conocidas, sin embargo,
soledad. Una soledad casi premeditada, la autodestrucción creada para mi propio
deleite y disfrute.
Ambición. Sueños esperando tras el vaho de los cristales,
delirios de grandeza amontonados en folios de papel junto a la cama. Velas
consumiéndose, un cigarro que humea. De todo lo que había, poco queda. De lo poco
que queda, nada significa.
El invierno llegó, y con él, el viento frío, el descafeinado
caliente, y el dolor de una helada que quebró toda esperanza. Llegó el
invierno, y no dejó nada.
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