7.11.08

Crónica: Viaje a Madrid. Lika©

Grandes placeres de la vida.

Y miles de millones de cosas aprendidas en menos de un día, en unas horas, en lo que dura un viaje de 2 horas en autobús.

Millones de placeres que se te descubren estando tan sólo unas horas fuera de lo común para ti.

Descubres de pronto que un billete de autobús puede cambiar tu vida, porque él, ese que tiene que sentarse a tu lado, es de pronto alguien que conoces desde siempre, y desde lo más profundo. Quizá sea verdad eso de la reminiscencia, y debo empezar a creer en Platón.

Pero llegas a tu destino, y los placeres no acaban.

Ese al que creías no conocer de nada baja contigo del autobús, y jamás volveréis a cruzar vuestras miradas.

Te encuentras perdida entre masas de gente. Personas que se mueven con y contra corriente. Cada uno en una dirección. Cada uno piensa en una cosa. O quizá dos de ellos también lleguen a conocerse de toda la vida en unos segundos, ya nada es imposible. Tú sobre el Km. 0 de Madrid. Quieta, como un bloque de hielo. Empiezas a derretirte, te abruma la multitud. Y de pronto ves algo encantador en todos y cada uno de ellos. El chico trajeado que entra a la boca del metro adora las novelas de misterio. En sus ratos libres trata de escribir, pero su trabajo y su novia le quitan demasiado tiempo, por lo que jamás perfeccionará su obra, y jamás nadie sabrá nada de ella. A la vez sale un japonés, él adora pintar miniaturas y preparar el desayuno a su mujer enferma para acercárselo a la cama. Enfrente, un hombre ciego sentado en el suelo vende pulseras. No sabe cuanto le pagan, ni cuantas pulseras se llevan, y echa de menos que alguien se siente a su lado a charlar con él un rato. Quizá algún día yo encuentre tiempo para ello.

Pero yo sigo como una estatua en el Km. 0.

Agarro mi mochila, y empieza a llover. Y cada gota que resbala por mi cara me hace sentirme a mí misma.

Sé que podría bailar en torno a una farola, y posiblemente nadie me mirase. Adoro eso en una gran ciudad.

Olvido que estoy de visita, y voy a dar una vuelta por el centro como si conociera perfectamente cada baldosa del suelo que piso.

Silbo y tarareo una canción que me gusta, y nadie dice nada, nadie mira. Esto me hace sentir ganas de bailar y reír. Y de comer, McDonals no me gusta, pero entro, y al pasar junto a una mesa cualquiera, les advierto de que eso que mastican, era mi perro. Eso no es para mí. Me gusta más comer sentada en pleno centro del jardín botánico, o en el retiro. Y el metro no es muy caro.






Metro. Eso sí es una marea humana. ¿Habrá también gente, aquí, que se conoce desde siempre?

Pero hace frío, y es una gran ocasión para ver el Museo del Prado.

Allí reina el silencio, el murmullo, y los pasos. Huele a arte en sí mismo. Pero no sé a qué puede oler el arte, solo huele, y se hace sentir. Hay obras que entiendo, ésas son las que más placer dan.

Me explico a mí misma cada pincelada. Me meto en el cuadro, y fusilo a un Madrileño el 3 de Mayo. Consigo que Paris me ofrezca la manzana, y le pido que sea mejor una sandía. Me como a mi hijo como Saturno e incluso Fidias me dedicará una escultura. Aunque puede que mande asesinarlo por usar paños mojados conmigo.

Pero me canso de estar de pie.

Fuera aún llueve. Y el Starbucks está cerca, además siempre me gustó el café.

Qué dolor de piernas tengo. Café con leche, pido que me echen canela, y me hundo en un sillón.

Suerte que llevo un libro en mi mochila. Las rimas de Bécquer no son mala idea para entretenerme mientras.

Y el tiempo se consume más rápido que mi café con leche. Y lo mejor es que sé que nadie analizará mis movimientos. Si acaso lo hace, me sentiré halagada, eso ya me hubiese dado importancia.

Pero veo que es tarde, y ese no es mi hogar. Por suerte o por desgracia.

Interrumpo a Bécquer un momento, y le doy con la pasta del libro en las palabras.

Le meto a la mochila sin ningún cuidado, doy el último trago caliente, y salgo de Starbucks.

Vuelvo al metro. Hasta la estación.

Esta vez me sentaré sola. Pero es delicioso recostarse contra la ventanilla, y ver cómo Madrid desaparece a tus espaldas. Comenzar a vez tan solo pequeños puntos de luz de las farolas. Pequeños puntos de luz que iluminan todo el Paseo de la Castellana. Cada calle, y cada barrio. Que iluminan todo Madrid.

Quiza un día pueda volver para dormir en el Rich. Si, en la puerta.

Y entonces piensas en cada sensación vivida. En cada rostro que te has cruzado. Y te estremeces.

Y encogida en el asiento, piensas si él estará para recibirte. Con los brazos abiertos y el corazón latiendo fuerte. Con ganas de escucharte y callarte con un beso. O con dos. Impaciente por compartirte con su mundo entero. Y yo…impaciente por compartir con él mis sonrisas, y mis silencios, cargados de cada gran momento.

Y cada placer se resume en un vacío en tu agenda de malos momentos. Y cada mínimo detalle, hace de la nada un todo, y ni siquiera he podido contar cuantos detalles, cuantos placeres, y cuántas sonrisas no han sido esbozadas durante tan sólo unas pocas horas.
Y sé que están, y son geniales.


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